Prof. Dra. Amelia Haydée Imbriano : Los nombres de la muerte

 

Intentaré desarrollar el concepto de Pulsión de muerte tal como fuera pensado en la obra de Sigmund Freud y de Jacques Lacan.

En el desarrollo distinguiré variaciones relativas a la época, entre ellas: Variaciones en torno al Nombre-del-Padre o las evidencias freudianas y variaciones en torno al hombre liberal o las evidencias actuales.

Primeramente deberemos considerar que nuestro título corresponde al ámbito de la clínica psicoanalítica que se desenvuelve sobre un campo constituido por el Trieb freudiano, reflejando la cara “oscura”, “misteriosa”, “escondida”[1] de la vida, términos que utilizo en alusión al objeto de la pulsión[2].

Denomino “los nombres de la muerte” a todo topos que compruebe la hipótesis freudiana sobre la primariedad de la pulsión de muerte.

Para el Psicoanálisis, la regla analítica del amor a la verdad significa que no se puede dejar de decir lo que se ignora y que esta indiscreción es la exigencia primera[3]. Razón por la cual nos permitimos este ensayo.

En la medida que el Psicoanálisis de la mano de su autor ha renovado la comprensión de la mayoría de los fenómenos psicológicos, psicopatológicos, y socio-políticos, cabe la posibilidad de aproximarse a las diferentes manifestaciones de la vida humana desde este marco conceptual.

En el caso del presente trabajo, nos proponemos revisar el concepto freudiano de pulsión de muerte, cuyas variaciones están en relación con la función del padre como límite, para arribar a la panorámica que evidencian los denominados síntomas contemporáneos cuyas variaciones se encuentran en relación con la decadencia de la función del padre y el discurso capitalista.

Las evidencias freudianas sobre las variaciones de la relación del sujeto con el placer, nos refieren a la satisfacción vía el displacer en la compulsión de repetición.   La repetición de la vivencia penosa en los sueños traumáticos y en el juego infantil cuyo ejemplo magnífico es denominado “fort-da”, nos muestran que lo simbólico es predominante. En este marco, en donde Freud se ocupa de aquello que cuestiona el principio del placer, destaca una mayor preocupación por aquello que aparece en la compulsión de repetición en transferencia, con las características de energía insusceptible de ser ligada: lo no-ligado es la cara silenciosa de la pulsión de muerte.

Actualmente debemos tomar como evidencias aquello que muestran los sujetos de la clínica contemporánea, del hombre liberal, aquellos que consideramos como producto de variaciones debilitadas a la referencia paterna: anoréxicos y bulímicos, drogadictos y “dealers”, violentos y violados, consumidores y un centenar de etc.. Todos “padecientes” de un exceso de satisfacción, exceso de “satis-facere”[4] (demasiado hacer), de ese trabajo en exceso de la pulsión que implica un “penar en demasía”, en donde predomina el objeto al alcance de la mano, el objeto que llamaré “ready-made-trash”[5], en donde predomina lo real en tanto concreto.

Puede observarse ya, que no hablamos ni de enfermedades ni de enfermos, en tanto que, el Psicoanálisis implica una clínica del sujeto, esto es, una clínica del uno por uno, una clínica de la particularidad y de la originalidad: nos interesa el modo de relación de un sujeto respecto del objeto, lo que implica una gramática pulsional.

 

El concepto de pulsión de muerte

En principio, tendremos en cuenta la clásica definición sobre pulsión en el escrito freudiano de 1915. Freud define: “La pulsión nos aparece como un concepto fronterizo entre lo anímico y lo somático, como un representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma, como una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal”.[6] Analizaremos algunos de los términos de esta definición[7]:

“La pulsión se nos aparece”: Debemos tomar esta expresión con relación a la noción de “apariencia” y de “aparición”, pues el aspecto de la cosa puede ser también su verdad y la evidencia de ella. Lo aparente tiene dos sentidos: aparente y evidente. Justamente porque hay apariencia hay en tal caso evidencia. Lo aparente revela así la verdad de la cosa. Lo que “aparece” tiene tres aspectos: el de verdad de la cosa, en cuanto que ésta se identifica con el aspecto que ofrece; el de ocultamiento de esta verdad; y el de camino para llegar a ella. En el primer caso se dice que la cosa no es sino el conjunto de sus apariencias o aspectos; en el segundo, que es algo situado más allá de la apariencia, la cual debe ser atravesado con el fin de alcanzar la esencia del ser; en el tercero, que sólo mediante la comprensión del aspecto o aspectos que ofrece una cosa podremos saber lo que verdaderamente es.[8]. No olvidemos que la pulsión es para Freud el dato radical del funcionar psíquico, que se puso en evidencia en sus observaciones clínicas.

La pulsión es un concepto: Nos interesa el concepto como entidad lógica o  concepto formal. Desde esta perspectiva el concepto refiere a la última forma en que la mente representa formalmente la cosa conocida. Es en este sentido que “la pulsión es un concepto”; se trata de un concepto con un objeto formal: la pulsión. Como todo concepto tiene comprensión y extensión. La comprensión del concepto de pulsión Freud la determina a través de sus características (fuente situada en el interior del organismo, fuerza constante, incoercibilidad) y sus términos anexos (empuje, meta, fin y fuente), así como la propia definición incluye tres parámetros: concepto fronterizo entre lo psíquico y lo somático; representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma; y una medida de la exigencia de trabajo que es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal. La extensión consiste en los objetos que el concepto comprende, en los objetos que caen bajo el concepto, como por ejemplo: pulsiones de autoconservación y pulsiones sexuales, o pulsión de vida y pulsión de muerte, pulsión escópica, etc

Concepto fronterizo o concepto límite: entiendo que Freud, al expresar que la pulsión es un concepto límite, limítrofe o fronterizo (según las distintas traducciones) se ha referido a un concepto que sirve de deslinde y frontera entre lo psíquico y lo somático, o sea, de diferenciación; por tal motivo, justamente por separar, por hacer de lindero, también sirve de articulación entre lo psíquico y lo somático, es un concepto articulador. No es en vano la elección de la palabra límite de algunas traducciones, en tanto término de un valor de una cantidad que no se puede sobrepasar, pues sabemos que Freud se interesa mucho por la cuestión de la cantidad o Quantum en cuestión de pulsión y por ello aludirá a “medida de la exigencia de trabajo”.

Entre lo psíquico y lo somático: “Psíquico” y “somático” son los dos términos diferenciales entre los cuales la pulsión funciona como concepto límite y articulador. La definición presenta la pulsión como representante psíquico con una fuente en lo somático, fenómenos orgánicos generadores de tensiones internas a las que el sujeto no puede escapar; pero, por el fin al que apunta la pulsión y los objetos a los que se adhiere, tiene un destino esencialmente psíquico. Es de destacar que la relación entre lo somático y lo psíquico no se concibe en forma de paralelismo ni de causalidad. La pulsión tiene una “fuente” en la zona erógena, que funciona como un borde que produce el “empuje” como tensión, que es siempre un lazo o circuito-vaivén que bordea el objeto que produce la satisfacción, de allí su carácter circular, entre  lo psíquico y lo somático. Justamente, lo fundamental de cada pulsión es el vaivén con que se estructura, tanto que podemos considerar que la pulsión alcanza su satisfacción en el trayecto del circuito, tal como señala Lacan.[9]

La pulsión como representante psíquico de los estímulos que provienen del interior del cuerpo y alcanzan el alma: “Representante psíquico” es un término utilizado por Freud para designar, dentro de su teoría de la pulsión, la expresión psíquica de las excitaciones. Unas veces es la pulsión la que aparece como el representante psíquico de las excitaciones provenientes del interior del cuerpo y que afectan al alma; otras, la pulsión es asimilada al proceso de excitación somática, y es ella entonces la que es representada en el psiquismo por “representantes de la pulsión”, los cuales comprenden dos elementos: el representante-representativo y el quantum de afecto. Veremos que puede faltar el representante-representativo.

La pulsión como una medida:  “Medida” es una expresión comparativa de las dimensiones o cantidades. La medida de la pulsión está en relación con el quantum de afecto, que es uno de los términos que expresan la hipótesis económica. Freud, en 1894, en “Neuropsicosis de defensa” señalaba que en las funciones psíquicas es posible diferenciar un quantum de afecto, suma de excitación, que posee todas las propiedades de una cantidad, aun cuando no estemos en condiciones de medirla, algo que puede aumentar, disminuir, desplazarse, descargarse, y que se extiende sobre las huellas mnémicas de las representaciones como una carga eléctrica por la superficie de los cuerpos.

Una medida de la exigencia de trabajo: La pulsión se define por un esfuerzo de trabajo. El trabajo implica 'energeia', o sea, fuerza en acción y eficacia para producir un efecto. Por lo tanto, si Freud ha considerado la pulsión como trabajo, sus vicisitudes corresponden a la lógica del 'metabole', (del cambio y transformación), que ha sido su modelo fisiológico. Esta se sostiene en el siguiente principio: los organismos vivos deben trabajar para mantener la vida. Lo cual implica procesos con cambios de fase, tales como la acumulación de la energía (anabolismo) y gasto energético (catabolismo). El cambio de fase es regulado por la función entrópica. Así, la vida implica un permanente 'diabaimen' (atravesamiento)[10]. La tesis del proceso primario como modo de funcionar del inconsciente implica una consideración de la problemática energética. Para Freud, la energía depende de la incidencia del orden somático (fuente somática) sobre lo anímico, por ello dice que esa exigencia de trabajo le es impuesta a lo anímico a consecuencia de su trabazón con lo corporal. Ese trabajo se produce como una dimensión entrópica y la economía psíquica estará referida al trabajo del inconsciente. Desde Lacan veremos, que es posible pensar la pulsión sin referirla a la biología,  sino como una energía que depende de la incidencia del significante. Pero es de destacar que siempre la pulsión es trabajo que encuentra sus modos, su ciframiento, en un circuito o trayecto que se repite. Lo más importante por el momento es tener presente  al inconciente como trabajador.  Así, condensación y desplazamiento son las operaciones de ese trabajo, en donde continuamente se transfieren valores, cantidades de energía de una representación a otra. De este modo se realiza una operación diabática, de atravesamiento, que produce un cambio de fase en el metábole. Así como Freud ha tomado los principios de la cinemática o de la termodinámica para representar el proceso inconsciente, también lo podemos pensar como el trabajo de las transacciones bancarias o bursátiles, en donde continuamente se realizan operaciones de transferencia de valores, tales como operaciones de crédito,  giro de fondos, en donde se cotiza como valor lo que se puede transferir[11].

En “El Proyecto de Psicología Científica”, Freud propone el supuesto de que el decurso de los procesos anímicos es regulado automáticamente por el principio de placer. Éste es uno de los dos principios que rigen el funcionamiento mental: el conjunto de la actividad psíquica tiene por finalidad evitar el displacer y procurar el placer. Dado que el displacer va ligado al aumento de las cantidades de excitación, y el placer a la disminución de las mismas, el principio de placer constituye un principio económico.

Una de las hipótesis constantes de Freud es que el sistema percepción-conciencia sería sensible a una gran diversidad de cualidades provenientes del mundo exterior, mientras que del interior sólo percibiría los aumentos y disminuciones de tensión, que se traducen en una sola gama cualitativa: la escala placer-displacer. Si bien generalmente se puede considerar una equivalencia entre el placer y la reducción de tensión, y entre el displacer y el aumento de tensión, Freud considera en “Más allá del principio del placer” de 1920 que existen tensiones placenteras o pulsiones que se satisfacen con el displacer. Asimismo, aprecia que el principio de placer se halla más bien en oposición al mantenimiento de la constancia. Por esta vía, Freud se puede preguntar si acaso el principio de placer no se encuentra al servicio de la pulsión de muerte.

En psicoanálisis, el concepto de “muerte” no remite al cese de la vida orgánica, sino al modo de la muerte en afectar la vida. Es la preocupación freudiana en 1920,  la modalidad de la muerte en afectar el funcionamiento del aparato psíquico.

Este funcionar tiene la particularidad de encontrar su puesta en marcha a través de lo que se define como “pulsión” (Trieb), y las características de sus términos: 1.- el empuje como fuerza constante con carácter irrepresible; 2.- la fuente: una zona erógena que se constituye a partir de un de borde recortado por un significante; 3.- el objeto: oscuro, misterioso, escondido, siempre inhallable; 4.- la meta: una satisfacción puesta en tela de juicio[12], en tanto puede satisfacerse con el displacer.

La muerte no es eso que está mas allá de la vida, sino aquello que permanece indefectiblemente unida a ella. Es un límite que funciona como posibilidad inherente del sujeto definido en su historicidad. Límite con que él mismo se encuentra a cada instante de su vida en lo que esa historia tiene de acabada en el sentido de lo que se manifiesta invertido en la repetición.

Lo que Freud descubre y conceptualiza en 1920 es que el sujeto humano no solamente repite lo displacentero sino que la tendencia a la destrucción es más radical, “…más primitiva, elemental y pulsional que el principio de placer”[13].

La pulsión de muerte designa un principio intrínseco a toda pulsión, es irreductible e indestructible, es la expresión del principio más radical del funcionamiento psíquico: hay primariedad de la pulsión de muerte (primariedad del goce).

Esta concepción modifica el modelo del funcionamiento del aparato psíquico regido por el principio de constancia. Y, quiebra la relación con el sistema nervioso que se definía, en esa época, por la ley de la menor tensión. Respecto a la diferenciación relativa al sistema nervioso, ya en “Sobre psicoterapia de la histeria” Freud había propuesto una suerte de autonomía de la memoria inconsciente, diferente de la memoria vital del instinto que conduce a un punto fijo. La cadena asociativa es una primera dimensión de la memoria en tanto que inconsciente…[14].

Lo que introduce, bajo la observación de la compulsión de repetición, está en contradicción con el principio del placer entendido como ley de la menor tensión. Pondré en trabajo tres consideraciones freudianas. Cito::

1.- “...el hecho nuevo y asombroso que ahora debemos describir es que la compulsión de repetición devuelve  también vivencias pasadas que no contienen posibilidad alguna de  placer, que tampoco en aquel momento pudieron ser satisfacciones, ni siquiera de las mociones pulsionales reprimidas de aquel entonces.”[15]

2.- “ En el analizado, en cambio, resulta claro que su compulsión a repetir en la transferencia, los episodios del período infantil de su vida se sitúa, en todos los sentidos, más allá del principio del placer… nos enseña que las huellas mnémicas reprimidas de sus vivencias del tiempo primordial no subsisten en s interior en el estado ligado y aun, …, son insusceptible del proceso secundario. A esta condición de no ligadas deben también su capacidad de formar… una fantasía de deseo…”[16]

3.- “La pulsión …nunca cesa de aspirar a su satisfacción plena, que consistiría en la repetición de una vivencia primaria de satisfacción; todas las formaciones sustitutivas y reactivas, y todas las sublimaciones, son insuficientes para cancelar su tensión acuciante, y la diferencia entre el placer de satisfacción hallado y el pretendido engendra  el factor pulsionante…. [17]

Es por ello que Freud afirmará que la compulsión de repetición es más originaria, más pulsional que el principio de placer que ella destrona.

.Anteriormente, en 1914[18], Freud introduce el recuerdo en acto como algo que aparece cuando el inconsciente se pone a trabajar con relación a la transferencia, poniendo en evidencia la dimensión de la memoria que el inconsciente descubre[19]. “El analizado no recuerda nada de lo olvidado y reprimido, sino lo actúa (agieren). No lo reproduce como recuerdo, sino como acto, lo repite, sin saber, que lo hace. Por eso tenemos que estar preparados para el que analizado se entregue a la compulsión de repetir, que le sustituye el impulso de recordar…”[20]. Así, la experiencia analítica nos muestra la intrusión de lo olvidado y reprimido como reproducción en el presente de un estado anterior.

Recordemos que la pulsión emerge de la fijación traumática. Tengamos presente el sueño que inicia el capítulo VII de “La interpretación de los sueños” donde irrumpe aquella frase invocante[21]: “Padre, ¿no ves que estoy ardiendo”[22], y se produce el despertar pues surge lo que no puede ser ligado: la cara silenciosa de la pulsión de muerte. “Dicho sueño en su punto de fracaso, no sin velo, no puede impedir la activación de la pulsión …que no produce placer, que introduce lo penoso, …pues la frase no habla, muestra la escisión inconsciente-ello, lo que allí despierta”. No se trata de la insistencia de lo reprimido, sino de lo no ligado en el inconsciente, que se produce en el mismo punto de pérdida que deja el objeto de la experiencia de satisfacción. Allí se produce una fijación traumática de la pulsión, que la condena a irrumpir sin permitir el atemperamiento del principio del placer, o sea, no obedecen al tipo del proceso ligado, sino al proceso libremente móvil que empuja en pos de la descarga, y nos lleva siempre al mismo lugar: el eterno retorno de lo igual. Allí  no hay representante psíquico. La pulsión que emerge de la fijación traumática. Se trata del encuentro con el trauma a modo de falla, es decir, se trata de la falla del encuentro o de un encuentro fallido. Lo que vuelve es el carretel y no la madre.

La entropía generada por aquello no ligado explica la puesta en marcha del trabajo psíquico. La conceptualización al respecto de “un grupo de vivencias reprimidas del tiempo primordial” es relativa a la represión primordial y asegura el trabajo del aparato, pues si bien el trabajo trae consumo de energía, el sistema no puede llegar a cero de energía. La represión primaria asegura un resto de energía que no se liga aumentando la entropía, generando desorden, y esto produce trabajo.

Lo que Freud designa con el término de pulsión de muerte es lo que hay de fundamental en la noción de pulsión: el retorno a un estado anterior, esto es el retorno al reposo absoluto de lo inorgánico, en su metáfora biológica.

La exigencia pulsional se ubica más allá del principio del placer y muestra que algo hace obstáculo a la homeostasis del principio del placer.

Anteriormente, en el Manuscrito K, Freud calcula, respecto de la compulsión repetitiva de los síntomas obsesivos, que tiene que existir una fuente independiente del principio de constancia respecto del desprendimiento de displacer y que por lo tanto, placer y displacer no son simétricos, no pertenecen al mismo registro. En 1920 encuentra que el empuje (Drang) que repite una impresión desagradable se debe únicamente a que la repetición está relacionada con una ganancia de placer de otra índole, pero directa. Esta ganancia de placer ligada al displacer es una fuente distinta a la del principio del placer.

Volviendo al texto de Más allá del principio del placer, allí Freud nos presenta básicamente tres modos de repetición: como recapitulación, como iteración y como diferencia o encuentro fallido.

1.- La repetición como recapitulación: Freud nos ofrece varios ejemplos de este modo de la repetición: a.- En el capítulo IV señala un ejemplo tomado de la embriología: “en cuanto repetición de la historia evolutiva, nos muestra que el sistema nervioso central proviene del ectodermo; como quiera que fuese, la materia gris de la corteza es un retoño de la primitiva superficie y podría haber recibido por herencia propiedades esenciales de esta”[23].  B.- En el capítulo V, al respecto de la naturaleza conservadora, alude a la etología: “ciertos peces emprenden en la época del desove fatigosas migraciones a fin de depositar las huevas en determinadas aguas, muy alejadas de su lugar de residencia habitual; muchos biólogos interpretan que no hacen sino buscar las moradas anteriores de su especie, que en el curso del tiempo habían trocado por otras. Lo mismo es aplicable a los vuelos migratorios de las aves de paso”[24]. C.- También en el capítulo V nos ofrece otro ejemplo sobre la embriología: “En hechos de la embriología tenemos los máximos documentos de la compulsión de repetición en el mundo orgánico. Vemos que el germen de un animal vivo está obligado a repetir las estructuras de todas las formas de que el animal desciende...”[25].

2.La repetición como iteración: Freud nos ofrece ejemplos de iteración de las conductas, buscando la identidad de impresión. Entre ellos: a.- En el capítulo II nos ofrece las evidencias del juego infantil y de los sueños de las neurosis traumáticas. B.- En el capítulo III se refiere a personas que viven bajo la “impresión de un destino que las persiguiera, de un sesgo demoníaco en su vivencias y desde el comienzo el psicoanálisis juzgó que ese destino fatal era autoindicio y estaba determinado por influjos de la temprana infancia. (Ej.: ...Se conocen individuos en quienes toda relación humana lleva a idéntico desenlace: benefactores cuyos protegidos son desagradecidos.) Se trata del  “eterno retorno de lo igual...,(de) repetición de idénticas vivencias”[26]

3.La repetición como diferencia o encuentro fallido: Este modo de la compulsión de repetición es el hallado en el dispositivo analítico de la transferencia. Recordemos las tres citas que literalmente he extraído de Freud en su escrito Más allá del principio del placer. A partir de ellas podemos considerar: 1. Que la presencia del analista y su no connivencia, no posibilita la reiteración de la identidad de impresión, sino que planteará la producción de una diferencia (lograda por la abstención del analista); 2. Que Freud instaura un saber (del psicoanálisis) intentando logicizar la incidencia de la repetición en la clínica analítica; 3. se entiende que la repetición introduce una pérdida pues no logra la ligadura y que el tratamiento analítico trabaja en dirección a que el sujeto tome a su cargo ese factor pulsionante que acicatea hacia adelante. “Donde ello era, yo debe advenir”.

 

La disyunción deseo-goce.

Partiré de una consideración fundamental: el lenguaje pre-existe a la entrada que hace en él cada sujeto, siendo siervo del lenguaje desde su nacimiento, aunque solo fuese por el hecho de que es nombrado. El  hombre en tanto hablante-ser  habita el mundo del lenguaje y se constituye en una estructura subordinada a la función significante. Por ello debemos tener en cuenta aquello que introduce la función significante: una búsqueda del objeto organizando modos de satisfacción. A partir de la primera experiencia de satisfacción, podemos ubicar aquello referente al orden del deseo, a la búsqueda del objeto que organiza el sistema de las representaciones, se trata de energía ligada, de realización del deseo, de la trama de los significantes.

El sujeto no se constituye por hablar  sino que el lenguaje lo constituye más allá de que hable. El hombre habita en el lenguaje no en el sentido de ser un sujeto parlante sino en el sentido de que el lenguaje lo constituye como hombre, lenguaje no como palabras sino como función simbólica. La posición del sujeto como morador en el lenguaje lo ordena en la función significante que podríamos definir como la función de encuentro-pérdida-reencuentro, pero jamás captura. El deseo no captura su objeto, la repetición no alcanza su meta, la pulsión no logra su descarga.

La experiencia analítica nos muestra que el objeto no está  ligado al deseo por una armonía preestablecida cualquiera. El objeto del deseo es el objeto del deseo del Otro y el deseo es siempre deseo de otra cosa, de lo que falta. Deseo que nos remite a pensar que está referido al objeto primordialmente perdido. El objeto es siempre metonimia de deseo y metáfora del objeto primordial y la clínica nos muestra que no se trata de deseo de un objeto sino deseo de esa falta que en el Otro designa otro deseo. El deseo no es plenamente articulable, pues si lo fuera quedaría satisfecho al articularse con el objeto y perdería su estatuto de deseo. Allí se organiza el campo del más allá del principio del placer, el campo del  goce.

Lacan considera el inconsciente como el lugar donde se encuentra la inscripción de la cifra de goce del sujeto, el inconsciente como una máquina que trabaja. Este trabajo transforma la pura cantidad en cualidad, constituyendo los representantes de representación, y es de esta manera como entran en el mecanismo primario, en las ligaduras, bajo las leyes del inconsciente (condensación y desplazamiento). Es importante subrayar que esa pura cantidad nunca termina de absorberse, nunca termina de inscribirse. Siempre queda algo que obliga al aparato a seguir trabajando, como un resto que la repetición intenta ligar, pero en este intento de ligar todo es allí donde ella, la repetición, fracasa. (Por eso he señalado en el texto freudiano la repetición como encuentro fallido). Y ese resto no ligado hace que siempre que se pueda originar la vuelta al mismo lugar, cuya figura más obscena lleva el nombre lacaniano de “trop-de-mal[27], o sea sufrimiento en demasía, mal de sobra, como una de las vicisitudes de la pulsión, siendo origen  de las satisfacciones del padecer. El goce es nocivo.

La pulsión de muerte es muda, pero se hace escuchar a través de todas las desgracias del ser.  “La vuelta a lo inorgánico” como metáfora puede fracasar y el goce pulsional tiende a realizarse sin rodeos, a descargarse lo máximo posible. Ubicamos aquí el mecanismo particular de los síntomas contemporáneos, que toman al sujeto en un goce irrefrenable y lo lleva a los bordes de una muerte no metaforizada. Ya no se tratará de la niña “muerta de amor” sino de una niña que ha quedado muerta, ya sea por no comer o por consumir en exceso, etc..

Respecto de los aportes lacanianos entiendo que uno de los puntos importantes es considerar la disyunción de los términos de la pulsión, porque ella es la que implica que la relación Deseo-objeto sea excluyente. Esta distancia es introducida por el significante, (mortifica al cuerpo), que separa el goce del cuerpo. Así surge el deseo como una barrera al goce fundada en el lenguaje.

El imperativo superyoico que gobierna la pulsión de muerte es: Goza!. Esto es una situación de estructura. Pero, entonces, se trata de gozar lo menos posible y fuera del cuerpo.

La ganancia de placer, señalada por Freud, es un excedente que acompaña a la realización del deseo siempre insatisfecho, lo cual implica que hay una diferencia pero también una relación entre lo que es del orden del deseo como realización destinada a fracasar y lo que allí se produce como satisfacción de la pulsión, es decir en términos de “goce”.

La pulsión es un montaje marcado por el significante y pasible de descomposición. Lacan introduce el concepto de goce en la medida en que considera el cuerpo de lo simbólico: el lenguaje en tanto cuerpo de lo simbólico. Es este primer cuerpo del lenguaje el que, en efecto, va a ser incorporado a un cuerpo de carne, real, el cual se encuentra, en consecuencia, negativizado, golpeado para siempre por la pérdida que le provoca el significante. Es por eso que  llega a decir que el significante mortifica la carne.

El Psicoanálisis en su estudio sobre las vicisitudes de la pulsión se encuentra, por un lado, con el deseo en su estatuto de siempre insatisfecho en la búsqueda del objeto  perdido en el origen, y por otro lado con la satisfacción (concomitante) que es siempre satisfacción de la pulsión.

La incidencia del inconsciente sobre el cuerpo se descubrió desde los comienzos del trabajo de Freud. Aparece a partir de los primeros desciframientos de los síntomas histéricos con el descubrimiento freudiano del carácter traumático de la sexualidad, y con el descubrimiento de una falla en el instinto sexual en el hombre al que suple el Edipo. Esta incidencia del inconsciente sobre el cuerpo surgió también con el descubrimiento de aquello que Freud denominó “mas allá del principio del placer”, a saber, eso que se presenta como un goce nocivo. El inconsciente no es sin relación al cuerpo [28]. El significante es el que está en la causalidad del síntoma. El significante funciona como antihomeostático, escapándose de una posible regulación psíquica y eso posibilita que en lugar de pasar el goce a lo inconsciente pase al cuerpo. Así las afinidades entre cuerpo e inconsciente. Esto justifica tomar el cuerpo como una superficie de inscripción del inconsciente. El goce tiene al lenguaje como su aparato, luego, también tiene una dimensión corporal.

Lacan sitúa el acceso al goce como un avance respecto del vacío de “das Ding” defendido por la barrera del principio del placer. Es importante señalar la incidencia de la Ley introducida por la función del padre y por otro lado los obstáculos que se encuentran para acotar un goce sin freno cuando ella decae.

Ese goce sin freno  se opone al desplazamiento significante y dificulta el trabajo de la rememoración.

Lacan considera  el valor de la repetición transferencial como posibilidad de repetición en acto, en donde se obtiene una satisfacción, que marca el cierre del trabajo del inconsciente, y habilita un lugar propicio al trabajo de la pulsión de muerte. Esta repetición de esas huellas no ligadas está por fuera de lo que liga el inconsciente en tanto estructurado por las leyes del proceso primario. Se puede sostener, entonces, que la compulsión de repetición se opone a la asociación significante. Compulsión de repetición que aparece ligada a la pulsión de muerte.

El Seminario 11[29], Lacan toma por referencia un trabajo de Daniel Lageche sobre “Los problemas de la transferencia” y allí distingue  la “repetición de la necesidad” de la “necesidad de repetición”. Distingue la repetición de la necesidad al servicio del principio del placer, como repetición de una conflictiva dinámica, de la necesidad de repetición, que está más allá del principio de placer, como una máquina que trabaja constantemente, y siempre fracasa produciendo un resto que se ubica como causa de la repetición.

Esta causa, en tanto engendrada como resto de la operación significante, carece de significante, aunque sólo se localice por el significante. La causa ya no es el significante, es algo que el significante no puede cernir. La cadena de los significantes dará las articulaciones de sus retornos, no dará la dimensión de la causa de esos retornos, pues la dimensión de la causa la dará el objeto a y así la repetición se funda en una causa real. Lacan bajo la referencia que toma de Aristóteles mostrará esta clara diferencia: considerará al “automaton”como la insistencia de la cadena significante y la “tyche” como la figura desnuda  de lo real, lo que escapa a la representación, lo imposible a ser representado por el significante. Freud, en referencia a esto, dio el nombre de trauma. En Freud aparecía como algo inasimilable por las redes del principio de placer, como algo fuera de la cadena.

En las primeras lecturas de Lacan acerca del fort-da estaba enfatizada la cadena significante, la oposición significante. A la altura del Seminario 11 Lacan dirá que la constitución del sujeto se produce en el lugar del deseo del Otro. El objeto se constituye un paso después de la angustia en el Otro barrado. Y el objeto a viene a velar fantasmáticamente, este objeto. El carretel aparece como objeto, oculta y revela, objeto que se constituye en la confrontación con el deseo del Otro. La repetición se ubica en relación al significante, se necesita del significante para localizarla, no porque sea un significante lo que se repite, sino que el significante es el que indica lo que escapa siempre. Vuelve el carretel pero no la madre.

Esta repetición que entiende Lacan como tyche, la ubica en lo inconsciente mismo, lo real está allí, taponado por el principio de placer. Y es en la noción de repetición donde se indaga que el inconsciente tiene una conexión con lo real. El psicoanálisis no es un idealismo sino que está orientado a lo real de un sujeto. La pulsión “traza  su vía en lo real que se ha de penetrar”

El concepto de pulsión es el  “ elemento que confiere peso clínico a cada uno de los casos con que tratamos.”[30]  . Es necesario percibir cuál es el punto de disyunción y de conjunción entre los términos de la pulsión, pues desde allí deberá ubicarse el analista.. La pulsión es la vía para saber sobre lo real, o sea, sobre aquello que escapa a la representación, y que es del orden de un “penar en demasía, de una satisfacción en demasía”[31].  Los síntomas de la odisea de la civilización contemporánea se merecen que el analista se ocupe de encontrar el lugar, o sea, no retroceder de la posición del analista estará en relación a encontrar ese punto entre la disyunción y la conjunción de los términos de la pulsión.

 

Prof. Titular Dra. Amelia Haydée Imbriano

Decana Departamento de Psicoanálisis de Universidad Kennedy

aimbriano@kennedy.edu.ar

 




[1]  Nota del autor: “Oscura” es en alusión a una calificación que usa Freud relativo a la pulsión. “Misterioso y escondido” es en alusión a la referencia sobre el objeto de la pulsión que realiza Lacan.

[2] Nota del autor: tomando el término “oscuro” de “Pulsiones y destinos de pulsión” (Freud) y los términos “escondido” y “misterioso” del Seminario XI (J. Lacan).

[3]  Imbriano, Amelia. El sujeto de la clínica. Ed. Leuka. Bs.As. 1988                    

[4]  Nota del autor: frase entre comillas, en alusión a las palabras de Lacan en Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, 1986,  pág. 173

[5]  Nota del autor: con esta denominación se refiere al “siempre listo” en el sentido de “dispuesto a ser hecho desperdicio” o  “rápidamente hecho basura” o “hecho para ser basura”.

[6]  Freud, S. Pulsiones y destinos de pulsión. Obras completas. Amorrortu. Bs.As. 1976. Tomo XIV. Pág. 117.

[7]  Imbriano, A. Donde ello era. Centro Editor Argentino. Bs.As. 2000, pág. 272

[8]  Ferrater Mora, José. Diccionario de Filosofía. Editorial Sudamericana. Buenos Aires. 1965.

[9]  Lacan, J. Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales. Paidós. Bs.As. pág.

[10]  Fried, George. Biología. Brooklyn College. 1990.

[11]  Lacan, J. Radiofonía y Televisión. Anagrama.

[12]  Nota del autor: frase entre comillas, en alusión a las palabras de Lacan en Seminario XI, Los cuatro conceptos fundamentales, Paidós, 1986,  pág. 173

[13]  Freud, Sigmund. Mas allá del principio del placer. 1920. Obras Completas-Tomo XVIII. De. Amorrortu. Bs. As. 1979.

[14]  Cosentino, J.C. Construcción de los conceptos freudianos. Manantial. Bs.As. 1994

[15]  Freud, S. “Más allá del principio de placer” (1920) en Obras completas Tomo XVIII. Op. Cit. Pág. 20.

[16]  Freud, S. Más allá…. Ob. cit. pág. 36.

[17]  Freud, S. Más allá…Ob. cit. pág. 42

[18]  Freud, S. Recordar, repetir y re-elaborar. 1914. Obras completas. Tomo XII. Amorrortu. Bs.As. 1976, pág. 199.

[19]  Cosentino, J. C. Construcción….ob. cit. pág. 201

[20]  Freud, S. Recordar….. pág. 152

[21]  Cosentino, J. C. Construcción… pág. 209

[22]  Freud, S. La interpretación de los sueños. 1900. Cap. VII, Tomo….pág…..Obras completas. Ob. cit.

[23]  Freud, S. Ibid, pág. 26

[24]  Freud, S. Ibid, pág.36

[25]  Freud, S. Ibid, pág. 37

[26]  Freud, S. Ibid, pág. 21-22

[27]  Lacan, J. Seminario XI. Ob. cit.

[28]  Soler, Colette. El cuerpo en la enseñanza de Jacques Lacan. Estudios de Psicosomática. Vol.1. Ed. Atuel . Bs.As. 1993.

[29]  Cfr. Cosentino y otros. Puntuaciones freudianas de Lacan: Acerca de Más allá del principio de placer.  Op. Cit. Págs. 90-91.

[30]  Lacan, J. Seminario XI, Ob, cit. pág. 169

[31]  Lacan, J. Seminario XI,  Ob. cit.  pág. 170