Amelia Haydée Imbriano : La intervencion analítica, una cuestion ética

Los grandes maestros del psicoanálisis, Freud y Lacan, nos han dejado una enseñanza: la intervención del analista es una herramienta táctica, interna a una estrategia  implicada en una política-ética para hacer posible un psicoanálisis. Este consiste en la aplicación de regla fundamental analítica: la asociación libre, mediante la cual alguien puede sorprenderse en la producción de algún poquito de verdad, ese poquito que causa el despertar de un sujeto. Se trata de un “poquito” cualitativamente importante: permite al sujeto salir de la dormidera inercial de la pulsión de muerte que lo atrapa a través de los diferentes nombres que las desgracias del ser reciben en cada uno. Ese exceso de sufrimiento, mal de sobra, es lo que justifica la intervención de un analista.

 

El analista es necesario

Situar la acción analítica es una posición de principio, en ello radica la ética del psicoanálisis, tema central y complejo en lo relativo a la dirección de la cura. Lo propio del psicoanálisis es el tratamiento de lo real por lo simbólico. O sea, desde un dispositivo de palabra se propone incidir sobre la gramática pulsional. Cada vez, vez por vez, en la particularidad del uno por uno, el analista construye la intervención posible para que la palabra, por un efecto particular, incida sobre lo real pulsional.

La tarea freudiana ha dado muestras ejemplares de constituirse propiamente como una actividad de desciframiento del inconsciente. El hallazgo freudiano se sostiene por demostrar que mediante el artificio del procedimiento de la asociación libre y el lugar del analista (su intervención) en el dispositivo de la cura, se puede afectar lo real del síntoma. La convocatoria sobre intervenciones atípicas, me sugirió una pregunta: ¿hay intervenciones típicas? Y rápidamente surgió una respuesta: La intervención es directamente proporcional a la formación del interviniente. En el caso de la intervención psicoanalítica, en una síntesis muy apretada, podemos señalar que ella está regida por la ética del discurso analítico que se concreta en la puesta en forma del dispositivo. En él intervienen cuatro lugares: el analista, el analizante, la palabra y sujeto del inconsciente.

Coloco en primer término al analista, pues es necesario que exista como tal. Su intervención dependerá de lo que se ha denominado  “la formación del analista” que desde los orígenes freudianos comprende un trípode: estudio de los conceptos, análisis y supervisión. La concepción sobre los conceptos fundamentales del psicoanálisis - inconsciente, pulsión, repetición y transferencia -, son su efecto, y consecuentemente de ello deriva el “tipo” de intervención que un analista realiza.

Muchas veces los analistas formados a partir de las enseñanzas de Jaques Lacan somos recusantes de la denominación “tipo”, compartiendo las críticas del autor al establecimiento de una “cura tipo” por parte de la ortodoxia postfreudiana, en el famoso escrito Variantes de la cura tipo. Podríamos decir: estamos del lado de las “variantes atípicas”. Pero, no es la mejor respuesta, pues la cuestión no es relativa a lo típico o lo atípico. Quedarnos en esa controversia sería una trampa especular improductiva. No hay cura tipo ni intervención típica. Hay dirección de la cura.

Es necesario reflexionar sobre la intervención posible a partir una ética: aquella en la cual se considera que “el analista forma parte del concepto de inconsciente, puesto que constituye aquello a lo que éste se dirige”. El analista “es responsable de la presencia del inconsciente”. ¡Qué menos que exigirle que sea analizado! “Puesto que se trata de captar el deseo, y puesto que sólo puede captárselo en la letra, puesto que son las redes de la letra las que determinan, sobredeterminan su lugar de pájaro celeste, ¿cómo no exigir al pajarero que sea en primer lugar un letrado?”.

La ética del psicoanálisis implica, como punto de partida mínimo y esencial, un lugar para el analista: la docta ignorancia, o sea, “experimentarse sometido a la rajadura del significante”. También él está sometido a  la ley del no-todo y la castración. En el discurso analítico el saber en el lugar de la verdad funciona como ignorancia, desde allí se habilita un espacio para la asociación libre –el enunciado de la regla fundamental no es suficiente-.  Esta es, en primer lugar, la implicación del analista en su acción de escuchar y ella es la condición de la palabra. Para el analizante se trata de hablar libremente: angostura entre la falta de libertad de la palabra y aquello más temible aún que es decir algo que podría ser verdad. Pero, de lo que se trata es de lo indecible de lo que se ignora, y es esto la pretensión de la ética del psicoanálisis: en su praxis, se produce el sujeto en su estado de “hendija”, de Spaltung, - sujeto castrado en relación a un objeto perdido-. No hay lugar para el deseo si el sujeto está tomado por lo pulsional –sujeto de goce-. La posibilidad para el sujeto de desembarazarse de las redes letales de la pulsión de muerte es a través de la emergencia de los efectos de su demanda – transferencia mediante-. Pues, lo que evoca toda demanda es radical, es aquello que está perdido en el origen (das Ding). He allí el corazón de la experiencia analítica: la falta en ser. ¡Costos y costas de la experiencia analítica! Se trata de un conteo del a en su estatuto de perdido. El deseo surge como metonimia de la falta en ser. Es por ello que solo es posible una dirección para la cura: hacia la castración.

El analista se esforzará en “jugar sus bazas” a través de una táctica posible –intervenciones que según su efecto podrán verificarse como interpretaciones-, desarrollada desde una estrategia –transferencia- , enrolada en una política –ética del psicoanálisis-. Correlativamente el analista, según J. Lacan, también paga: con palabras (táctica), con su persona ofertada como soporte a la transferencia (estrategia) y con su juicio más íntimo  relativo a que no hay significante que diga del ser del sujeto en el campo del Otro (política).

 

El trabajo de la interpretación

La interpretación es producto de un trabajo metapsicológico cuya consecuencia implica un reordenamiento subjetivo. Implica trabajo del aparato psíquico, donde queda incluido que se construye un sujeto de la interpretación y que ese sujeto, advertido de su goce, construye una subjetividad verdaderamente propia, la de su deseo.

En el escrito La dirección de la cura y los principios de su poder encontramos varias referencias respecto a la intervención del analista, entre ellas a la interpretación. "La interpretación, para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes, debe introducir en la sincronía de los significantes que allí se componen, algo que bruscamente haga posible su traducción”. En esta concepción se destaca la interpretación en relación con una función: descifrar. En un escrito precedente, conocido como La instancia de la letra o la razón desde Freud, Lacan distingue el trabajo de desciframiento comparándolo con la interpretación de un criptograma. Se refiere a la tópica del inconsciente en tanto que algoritmo, en donde un significante representa al sujeto para otro significante.

El deseo no se capta sino en la interpretación, y es necesario entenderlo al pié de la letra en esa misma estructura literante – fonemática - donde se articula el significante en el discurso. La estructura de lenguaje, como oposición fundamental del significante al significado, hace posible la operación de lectura. 

En el discurso se evidencia el automatismo de las leyes que articulan la cadena significante. Los mecanismos del inconsciente mantienen su articulación con las leyes del lenguaje en donde metáfora y metonimia equivalen a condensación y desplazamiento, pensados estos como modos de funcionar del  inconsciente. Resultan operaciones de transcripción, lo cual implica un trabajo fundamental: la transposición – Entstellung-, trabajo psíquico que implica el deslizamiento del significado bajo el significante, siempre en acción inconsciente en el discurso. Este trabajo se realiza a través de dos operaciones: Condensación o Verdichtung, y Desplazamiento o Verschiebung. Ambas operaciones componen el trabajo de figuración interno a la palabra y para el inconsciente ella es un elemento de puesta en escena. Estos mecanismos atestiguan la relación del deseo con el lenguaje. 

Si la interpretación es para descifrar la diacronía de las repeticiones inconscientes debiendo introducir “algo brusco” en la sincronía de los significantes que allí se componen, se trata de descifrarlas al pié de la letra, pues ella, la letra, encuentra su valor en el das Ding – objeto perdido-.

Freud nos ha mostrado desde la proton pseudus histérica, el entrecruzamiento particular de lo diacrónico y lo sincrónico, en el trabajo del inconsciente. El punto que interesa es que allí, la interpretación debe introducir algo que bruscamente haga posible su traducción. O sea que allí, en ese entrecruzamiento o nudo por fuera del tiempo y siempre presente, la interpretación debe introducir “algo” para hacer posible un desencuentro, una falta, un agujero. Recordando el juego del carretel del niño freudiano del fort-da, diríamos: “volvió el carretel, no la madre”.

La interpretación  resulta una adición, una intrusión, un decir diferente. Su medio debe ser esencialmente significante, tratándose de un significante sin referencia, el cual el sujeto interpretará. Lo “propio” es que quien lo descifra tiene que interpretarlo, y ese es el trabajo del sujeto en análisis.

 

En el escrito sobre La dirección de la cura, la puntuación sobre la interpretación referidas a 'para descifrar', 'debe introducir' 'bruscamente' y 'traducción' delimitan con precisión el estatuto de la interpretación.

La experiencia analítica implica la puesta del inconsciente en suposición; la asociación libre producirá un metabolismo del trabajo del inconsciente a cielo abierto. La intervención del analista (en tanto que elevada a interpretación por sus efectos), debe orientarse en el sentido del reconocimiento del deseo, pues el deseo se capta en la interpretación. Se trata de producir un sujeto en relación a un deseo despierto, trabajo que justifica la intervención de un analista.

 

Relato de un fragmento de análisis

Con el propósito de señalar algunas intervenciones que favorecieron la producción del despertar del  sujeto, presento algunos fragmentos de un análisis de un niño de 9 años. Subtitulo diversos momentos en relación a la intervención, teniendo en cuenta la orientación señalada por J. Lacan respecto del ordenamiento de la dirección de la cura: “un proceso que va de la rectificación de las relaciones del sujeto con lo real, hasta el desarrollo de la transferencia, y luego la interpretación”.

1-      El pedido de un tratamiento: el deseo de una asistente social

El tratamiento de Matías comienza cuando recibo en consulta a una asistente social planteando la  posibilidad de otro tratamiento para el niño. Ella es interviniente perito judicial de este niño judicializado y cuya existencia queda resumida en la carátula de un expediente: “Matías, psicosis infantil, niño intratable”. El niño estaba internado en una institución asilar estatal, habiendo pasado por varias desde su nacimiento. Ella debe encargarse de encontrar otra institución, según indicación de la autoridad judicial: “para protección del niño y terceros, pase a una institución psiquiátrica”. No obstante, se le ocurre la posibilidad de otro tratamiento.

Escucho su preocupación, su angustia, sus hipótesis y también su deseo, decidido ya, de  “tratarlo de otra manera”. También escucho algunos pocos elementos de la historia de  Matías que se refieren a la muerte, la locura, los asilos, los hospitales y los servicios hospitalarios de psicología y psiquiatría (padece graves trastornos de conducta). El niño, hijo de inmigrantes polacos, nace un día en que se produce una coyuntura compleja y nefasta: fallece su padre de un ataque cardíaco y la madre, que desencadena una psicosis en el parto, rechaza al niño. De ahí en más, su vida transita en las instituciones asilares estatales.

Decido dar lugar a este pedido y sostener el deseo de la asistente social. Le indico que “deje sobre mi escritorio” la carpeta que contiene el mencionado expediente, respecto del cual decido alojarlo allí, desde la posición definida de no leerlo, no abrirlo. Intervención a través de la cual intento alojar el valor de sufrimiento de los significantes del expediente, con la intención de posibilitar su trabajo: por un lado se ocupa de un niño con severos trastornos de conducta –y no será fácil su traslado desde el instituto al consultorio-; por otro, no será sin incomodidad justificar la falta de acatamiento a la orden judicial. Se trata de que ella pueda sostenerse en relación a un deseo: “tratar de otra manera”. Acuerdo una cita para recibir al niño Se tratará de inaugurar un lugar distinto, otro tratamiento.

2-      El “tiratodo”. Analista como barrera al goce. Un posible inicio.

Matías entra a mi consultorio, no me saluda, no me mira, sino que con gran rapidez tira y rompe todo lo que esta a su alcance. Me paro delante, lo miro y le digo: “te espero mañana”. Así sucedieron las diez  primeras entrevistas: él entregado a  la acción vertiginosa y violenta; y yo decidida a que la catástrofe no se produzca. No obstante su conducta altamente disruptiva, considero que es un niño muy obediente: ha aceptado la denominación “intratable”, pues el único trato posible entre él y sus semejantes es a través de la violencia. La conducta de Matías aparece como una respuesta a la pregunta ¿Qué quiere el otro de mí? Eso tirado, golpeado, roto, es él mismo. El “tiratodo” es la forma inercial que muestra el modo en que un sujeto puede interrogar al Otro desde la posición de objeto. ¿Será su modo de existir en tanto angustiar a los demás?

Mi intervención se orientó evitando la especularidad – no ofrecerme a su golpe, no  golpearlo- , o sea, mi intervención no podía ser una respuesta a su violencia. La maniobra desarrollada consistió en entrevistas muy cortas, responder con silencio, mirarlo con tranquilidad, ofrecerle de otro encuentro, con el objetivo de acoger al sujeto en su sufrimiento, en su exceso, en su atrapamiento por la pulsión de muerte (sujeto de goce) sin darle consistencia. O sea, acoger al sujeto pero no consentir la producción de identidad de percepción (reiteración de golpes) intentando habilitar un espacio para otro trato- un camino hacia la rectificación de las relaciones del sujeto con lo real-.

Paso a paso, vez por vez, se fue produciendo un efecto: movimientos más lentos, Matías comienza a responder a la mirada bajo la forma de espiar. Comienza a tratar de otra manera.

3-      El enunciado de la regla fundamental. Ubicación del analista.

En una nueva entrevista toma con ímpetu un objeto y se queda quieto mirándome fijamente. Me encuentro dirigiéndole una pregunta: “¿Tomaste la leche?”. Frente a la cual él dirige hacia mí su primera palabra: “No”. Lo invito a trasladarnos a la cocina en donde se instala “sentándose a la mesa” con toda calma. Preparo la merienda, la cual tomamos en silencio. Luego me mira y dice: “¿Qué va a hacer usted conmigo? Respondo: “Quiero que hables, te espero mañana”. Se trata de habilitar otro lugar: ¿la cocina o la palabra? La cocina: algo del orden de la táctica. “Quiero que hables”. Apertura de otro lugar por un enunciado muy simple de la regla fundamental que posibilita un espacio a la dimensión subjetiva.

4-      El “preguntón”. Analista en el lugar de la ignorancia. Comienza un proceso.

Suceden seis entrevistas en donde Matías pone en juego la pregunta: “¿Qué es?”. No tira, no rompe, no patea. Camina rápido por el consultorio, lo recorre, instaurando un circuito iterativo que se define así: toma un objeto, me mira y pregunta: ¿Qué es? Espera quieto mi respuesta. Le contesto: “Vos sabés”. Lo vuelve a mirar, lo nombra y lo coloca en su lugar. Repite el circuito.

Este juego posibilita algo del orden de la palabra, algo en el orden del reconocimiento, algo en el orden del descompletamiento al Otro, pero frente a su iteración decido su no infinitización con el corte bajo la fórmula reiterada: “Te espero mañana”.

Elijo un semblante figurado por cuatro puntos: combinatoria de mirada y silencio, la ignorancia (de mi lado), el saber (del lado su lado), el ofrecimiento de otro encuentro,  con la intención de abrir un espacio en donde se puedan nombrar las cosas conocidas, haya lugar para saberes, y también para enigmas, en donde Matías pueda ser alguien para otros de otra manera. Estoy allí para permitir el efecto de significación, para que la transferencia en su repetición se transforme, que pida de otra manera, que se quiebre la vinculación de la repetición con la identidad, naufragando en una diferencia que abra así a otra transferencia, y posibilite a Matías vincularse de otra manera, ocupar un lugar diferente para el Otro.

5- El profesor y el significante historia. Desarrollo de la transferencia.

En el inicio de una entrevista entrego a la asistente social el expediente que había quedado en mi escritorio. Matías abre el juego clisé tomado un libro de una biblioteca. Cuando realiza la consabida pregunta le indico que lea su título, que lo abra. Dice: “Historia argentina”. Lo deja sobre mi escritorio. Corto la entrevista.

Al día siguiente comienza una nueva secuencia, jugando al Profesor de Historia, la cual insiste diez entrevistas. Tratará de contar su historia: “Yo tengo una historia, Usted me entiende”. Orientada por la concepción de la inconveniencia de predicar al niño y con la intención de causar la subjetivación, intenté tres respuestas: el silencio, responder “yo no sé”, o el corte de la entrevista.

Matías se convierte en un pequeño profesor de psicología y me ofrece una serie inagotable de explicaciones: “Yo busco matar a todos porque mi padre murió y mi madre no me quiere, me tiró, se volvió loca”; “Yo tiro cosas y me hago el loco por eso”; “El psicólogo dice que soy loco porque así no pierdo a  mi mamá”.

Un día, frente a mi reiterado “no entiendo”, pregunta: “¿Dígame, usted es maestra, es psicopedagoga,  es psicóloga, quién es usted?”. Respondo: “quiero que hables”. Nueva enunciación de la regla fundamental, efecto de la posición del analista, definida como - hay alguien que quiere escuchar- , y que ha decidido no retroceder sino esforzar al hablante-ser.

6-Despertar al sujeto perezoso. La subjetivación. La interpretación inaugural.

A la entrevista siguiente, Matías entra en el consultorio dando una patada en la puerta, pegando un salto y poniéndose en posición de esgrimista dice gritando: “Soy un matón, colorín colorado el cuento ha terminado”. Me mira desafiante y camina agitado. Frente a mi silencio se sorprende y comenta: “maté a todos, hice una catapulta”. Refiere un incidente escolar en donde estrella en el techo del aula un frasco de plasticola roja que explota y cae manchándolo todo, ocasión que termina con golpes, piñas y patadas con los compañeros, siendo expulsado del aula. Insiste: “Soy un matón”. Frente a lo cual intervengo: “¿A quién mataste?”. Dice: “Usted lo sabe”.  Luego de un silencio, respondo: “Yo no lo se”. Se produce un nuevo silencio, deja de caminar y se sienta. La angustia lo invade por primera vez. Dice: “No sé...ayúdeme”.

 

Algunas reflexiones sobre las intervenciones

El “preguntón” y el “pequeño profesor”, son distintas figuras que nos muestran el sujeto de la pereza – sujeto tomado por el goce-. La conjugación de la desaparición del expediente con el encuentro del libro de historia, produjeron el significante historia desde una dimensión subjetiva.

“Matón”, es el significante amo que produce una identidad subjetiva donde se fija la repetición.

 “¿A quién mataste?”, es la intervención que da cuenta de la posición del analista y resultó significante de la interpretación que, ubicando a Matías en relación a la culpa, produce la animación subjetiva. A su vez, esta intervención permite la confrontación con la extrañeza radical que constituye el corazón de la experiencia psicoanalítica: es esta intervención la que permite que el significante gire sobre él mismo y se desdoble manifestando su extrañeza, mostrándose irreductible a sí mismo, se produce como enigmático. A su vez, el significante matón es un punto de anudamiento en donde la transferencia comienza a ser una relación con el saber.

“No sé... ayúdeme”, nos muestra el reverso del discurso del amo, la instalación del discurso analítico produciendo un sujeto trabajador, que dará cuenta de la significación de los desechos del dicho, de las fallas del acto, implicándose en una animación al saber. ¿Podrá pensarse como: no sé lo que digo, hay un saber que no sé que habita en lo que digo? Es la fórmula más simple de la Verdrangung (represión).

El sujeto trabajador se ha producido por efecto de una serie de intervenciones, quizás la última pueda ser considerada como interpretación.

Para concluir

La clínica nos enseña que las concepciones lacanianas respecto de “no retroceder” y de “formarse de la maniobra de la transferencia”, expresadas en “De una cuestión preliminar a todo tratamiento posible de la psicosis”, son válidas para situar la posición del analista en la dirección de la cura no sólo frente a la psicosis. Delimitan el campo del acto psicoanalítico.

En un análisis, no hay posibilidad para el analista de no intervenir. Su presencia es ya una intervención. Queda en su responsabilidad el modo en que va a aprovechar la transferencia, - Freud nos enseñó que se trata de una intervención sobre la misma- , para que se produzca un metabolismo del goce de la pulsión de muerte. Este se inicia con el fracaso del goce hallado en la identidad de percepción y consiste en el establecimiento de una diferencia: entre lo pretendido y lo hallado se abre una diferencia. Y, allí se abre un lugar para que el sujeto despierte.

En un psicoanálisis lo que está en tratamiento es el sujeto de goce, aquél atrapado por la satisfacción de la pulsión, sumergido en una dormidera inercial, atrapado en las redes de los significantes amos de su constitución.  De lo que se trata es de una destitución subjetiva en términos de ese sujeto de goce. Entonces, no se trata de instituir un sujeto como si se tratara del sujeto del derecho. El sujeto del inconsciente es fundamentalmente sujeto de una destitución.  Ya la asociación libre da pruebas de la destitución del sujeto, de la subversión de su posición, en tanto que en la experiencia analítica, un sujeto debe consentir ser solamente el punto de pasaje de las palabras. Entonces, la destitución del sujeto en tanto que goce, y el advenimiento del sujeto en relación a un deseo‑decidido, a un deseo advertido para no desear lo imposible. Cabe preguntar: ¿Cuáles son las consecuencias éticas que entraña la relación con el inconsciente tal como lo descubrió  Freud? Podemos intentar una respuesta: en la experiencia analítica el sujeto hablando construye su deseo.

 

Amelia Haydée Imbriano

aimbriano@kennedy.edu.ar

Fcpsico@kennedy.edu.ar

 

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Bibliografía

 

  • Freud, S. “Más allá del principio del placer” en: Sigmund Freud Obras Completas. Amorrortu. Buenos Aires, 1976. Tomo XVIII, Pág.15-16 y 42.
  • Lacan, J. “La instancia de la letra en el inconsciente o la razón desde Freud” y “La dirección de la cura y los principios de su poder” en: Escritos 1. Siglo Veintiuno. Buenos Aires. 8va. ed. 1980. Pág. 195,196, 197, 199, 217, 218, 221, 223,  225, 230, 253, 255 y 273.
  • Lacan, J. “Variantes de la cura tipo” y “Posición del inconsciente”  en: Escritos 2. Siglo Veintiuno. Buenos Aires. 7ma .ed. 1981. Pág. 91,92, 97-99, 110, 115-116, 120, 125-126,129 y  369-370.
  • Lacan, J. El Seminario XI. Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis. Paidós. Buenos Aires. Pág.173.

 

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